La hija del marqués by Alejandro Dumas

La hija del marqués by Alejandro Dumas

autor:Alejandro Dumas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Histórico
publicado: 1870-01-01T00:00:00+00:00


XVIII

He interrumpido mi relato para escribirte esta encantadora novela de Tallien y Teresa Cabarrus. Al otro día se presentó Tallien en la secretaría del Tribunal.

¿No crees, amor mío, que de todos los sistemas filosóficos y sociales, el sistema de los átomos ganchudos de Descartes sea el más especioso?

Tallien hizo llamar a madame de Fontenay.

Madame de Fontenay respondió que le era imposible andar y que pedía al ciudadano Tallien que bajara a su calabozo.

El procónsul se hizo llevar hasta allí. El carcelero iba delante de él, avergonzado de no haber dado mejor aposento a una prisionera que el mismo Tallien «estimaba» hasta el punto de venir a verla a su celda. No era una habitación lo que el carcelero había dado a Teresa: la había arrojado a una verdadera fosa.

Hay gentes que nacen de tal modo enemigos de la elegancia y de la belleza, que basta ser rico y bello para tener derecho a todo su odio.

El carcelero era de esta clase de hombres.

Tallien encontró a Teresa en cuclillas sobre una mesa en medio del calabozo, y como le preguntara qué hacía sobre la mesa:

—Huyo de las ratas —dijo ella—, que me han mordido los pies durante la noche.

El procónsul se volvió hacia el carcelero; sus ojos lanzaron un rayo que brilló en la noche como un relámpago.

El carcelero sintió miedo.

—Puede llevarse a la ciudadana a una habitación mejor —dijo.

—No —dijo Tallien—, no merece la pena; deje aquí su farol y envíe a buscar a mi ayudante de campo.

El carcelero intentó excusarse de nuevo; pero Tallien lo despidió con gesto que paralizaba toda idea de resistencia.

El miserable salió.

—Aquí tiene, ciudadano Tallien, cómo hemos de vernos por tercera vez —dijo amargamente Teresa—. En verdad, que nuestras dos primeras entrevistas me daban una mejor idea de la tercera.

—No he sabido de vuestra detención hasta esta mañana —dijo Tallien—, y aunque la hubiera sabido ayer, no me hubiera atrevido a venir. No puedo, entre tantos espías que me rodean, hacer nada por vos, sino a condición de que no sepa que nos conocemos.

—¡Bien, sea!, no nos conocemos; pero vais a hacerme salir de aquí.

—De este calabozo, sí, ahora mismo.

—No, de este calabozo, no; de esta cárcel.

—De esta cárcel me es imposible. Habéis sido denunciada y detenida y tenéis que comparecer ante el tribunal revolucionario.

—Comparecer ante vuestro tribunal, no; sería condenada de antemano. Una pobre criatura como yo, hija de un conde, mujer de un marqués, ¡qué casi se muere de miedo por haber dormido una noche con una docena de ratas! Yo soy, en los tiempos que corren, carne de guillotina.

Tallien se llevó las manos a la frente.

—Pero, os pregunto, ¿por qué os mezcláis en nada? ¡Y venís a Burdeos a pagar a un capitán inglés el pasaje de los enemigos de la nación!

—Yo no vine para eso. Trescientos desgraciados que se han cruzado en mi camino a los que he podido rescatar del patíbulo por tres puñados de oro. Suponed que en vez de llevar ese sombrero con penachos y esa banda tricolor, hubieseis sido un simple ciudadano, hubieseis hecho otro tanto.



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